
Cuando supe eso por primera vez, me sorprendí como cualquiera.
Escribo sobre ciencia, y desde hace unos años, empecé a notar una
deslumbrante variedad de hallazgos sobre el periodo prenatal. Esos
descubrimientos estaban generando emoción entre científicos, aunque
revertían creencias establecidas sobre el momento en que empezamos a
absorber y a responder a la información en nuestro entorno.
La investigación que descubrí es parte de un floreciente campo
conocido como orígenes fetales y convierte al embarazo en algo que no
había sido nunca: una frontera científica.
Los resultados comprueban que mucho de lo que una mujer embarazada se
encuentra en su vida diaria (el aire que respira, la comida y las
bebidas que consume, los químicos a los que está expuesta, incluso las
emociones que siente) es compartido de alguna forma con el feto. Esos
factores forman una mezcla de influencias tan individuales e
idiosincráticas como la misma mujer. El feto asume esas contribuciones
maternas como información, o como me gusta llamarlas: postales
biológicas del mundo exterior.
La dieta y el nivel de estrés de la mujer embarazada proveerán pistas
importantes sobre las condiciones que lo rodean. Los cambios
resultantes en el cerebro del feto y otros órganos son parte de lo que
da a los humanos su enorme flexibilidad, su habilidad de prosperar en
ambientes tan variados como la fría tundra en Siberia y los pastizales
en la sabana en África.
El reconocimiento de que el aprendizaje en realidad empieza antes del
nacimiento nos lleva a una nueva e impactante concepción del feto, de
la mujer embarazada y de la relación entre ambos.
El feto, sabemos ahora, no es una mancha inerte, sino una criatura
activa y dinámica, que responde y se adapta para prepararse al mundo al
cual entrará. La madre no es una incubadora pasiva y tampoco es una
fuente de daño inminente para su feto, sino una poderosa y (con
frecuencia) positiva influencia sobre su hijo antes de que nazca. Y el
embarazo no es una espera de nueve meses, sino un periodo crucial en sí
mismo, “un periodo de montaje o puesta en escena para el bienestar y las
enfermedades posteriores en la vida”, como dice un científico.
¿Cómo puede una mujer embarazada comunicar a su feto lo que necesita saber?
Los científicos sugieren que si estás embarazada, consumas pescado,
pero asegúrate que sea del tipo bajo en mercurio: los ácidos grasos
omega3 en la comida de mar están asociados con mayor inteligencia verbal
y mejores habilidades sociales en los niños. Haz ejercicio:
investigaciones sugieren que los fetos se benefician de la actividad
física de su madre. Protégete de las toxinas y de los contaminantes, que
están relacionados con defectos de nacimiento y menor coeficiente
intelectual.
No te preocupes mucho por el estrés: las investigaciones concluyen
que un estrés moderado durante el embarazo está asociado con desarrollo
cerebral acelerado del bebé. Busca ayuda si piensas que puedes estar
sufriendo de depresión: las mujeres pueden tener partos prematuros, los
bebés de mujeres depresivas son más propensos a tener poco peso al
nacer, pueden ser más irritables y tener más problemas para dormir. Y
(este es mi consejo favorito) come chocolate: está asociado con menor
riesgo de sufrir de una condición de alta presión arterial conocida como
preeclampsia.
Cuando sostenemos a nuestros bebés por primera vez, los imaginamos
limpios y nuevos, sin marcas de vida, pero de hecho ellos ya han sido
formados por el mundo y por nosotras. Es mi privilegio compartir con la
audiencia de TED las buenas noticias sobre cómo podemos enseñarles a
nuestros hijos desde el principio.